vuelvo a postear este árticulo que está muy bueno y le agrego el video de una nota que le hice al autor.
Les dejo una nota interesantisima de un especialista en el tema de los medios digitales y los comportamientos de los usuarios.
Los riesgos de la intimidad electrónica
Daniel Collico Savio Para LA NACION
Hace unos diez años, Alfons Cornella creó el término "infoxicación" para
referirse a la fascinación por la información excesiva -y a menudo
inútil-, y a los efectos de su prescindencia. Mucha información generaba
ansiedad en momentos en que sólo había navegación de sitios web, e-mail y foros. Pero, incluso antes, en años de chats
y juegos de rol en pantallas oscuras, otros académicos habían señalando
efectos impensados en ese nuevo mundo bidimensional de la pantalla. "La
tecnología no sólo afecta lo que hacemos, sino la manera en que
pensamos", decía la experta Sherry Turkle. Ni Turkle ni Cornella
preveían que las redes sociales ( blogs , wikis ,
Facebook, Twitter) provocarían un aumento exponencial en la cantidad y
en las formas de las comunicaciones entre individuos. Y que esto
afectaría a los propios individuos y a las organizaciones.
Todos hemos leído acerca de cuán útil puede ser la Web 2.0 respecto a conocimientos (Wikipedia, blogs
), eventos y noticias (Twitter) o vinculación social (Facebook). Pero
hay un punto en el que el individuo no posee los filtros cognitivos o
tecnológicos para hacer frente a la diversidad y a la cantidad de
estímulos. Me remito a mi propio trabajo: suelo abrir unas diez o quince
aplicaciones en forma simultánea, y dos o tres de ellas ( e-mail
, MSN, Skype) son para comunicarme. Me digo que éste es mi ecosistema,
mi caos creativo. "Ese caos creativo existe -me ha confirmado Manuel
Castells-. Al conectar ámbitos diversos, la gente es más creativa. Pero
en el trabajo, esa gente no cumple sus compromisos y se vuelve
impredecible." Linda Stone va más allá y se refiere a la "atención
parcial continua" que experimentan quienes pasan demasiadas horas frente
al monitor y a las crecientes dificultades de concentración.
Hay dos fenómenos bastante más recientes. El primero es la aceptación
indiscriminada de contactos en todas las redes sociales. Danah Boyd hace
una lista sobre posibles motivos y deja para el final lo obvio: es más
fácil decir sí que decir no. La aceptación indiscriminada y el mal uso
de filtros provocan innumerables gaffes en medios sociales. Un
ejemplo de la vida real: un empleado acepta invitaciones a Facebook
indiscriminadamente, entre ellas la de su gerente de recursos humanos,
que lo descubre como ávido jugador de aplicaciones del sitio durante
horas de trabajo. El "muro" de Facebook lo ha delatado al diluir un
límite: el que separa el ámbito personal del profesional.
El otro fenómeno es un exhibicionismo a toda prueba. Hay quienes suben a
Facebook cientos de fotos de sus vacaciones, mientras otros ventilan
los vaivenes de su estado de ánimo en Twitter. El concepto de James
Surowiecki acerca de la "sabiduría de multitudes" podría debilitarse si
las nuevas camadas de internautas no diferencian un contacto de un amigo
o eligen divulgar los más nimios hechos de su vida. La privacidad,
parece, se reduce a cero.
Vamos más allá. Si a la inmediatez y a la gratuidad de la Web 2.0 le
faltaba un combustible para avivar el fuego, ése es la movilidad. Hoy
con los celulares se accede a las redes sociales tal como con la PC. En
la pantalla del celular, pueden aparecer dónde están nuestros contactos
(FourSquare) e incluso un color que identifica su estado de ánimo
(Glow). Me detengo en ese exceso de espontaneidad: ¿por qué alguien
debería comunicar al universo en cada momento su estado de ánimo?
Vuelvo al comienzo. Aceptemos la "infoxicación", la necesidad de estar
conectados, pero ¿cómo llamaremos al géiser de espontaneidad hecha de
declaraciones irrelevantes en Twitter, o al exceso de fotos en Flickr o
en el mismo Facebook? Tal vez haya ya otro neologismo que merezca
acuñarse.
Sin embargo, estas novedades no son tales. Hace años, la gente se
alarmaba con la dureza de algunos correos electrónicos. El texto,
desprovisto de la moderación que aportan los gestos en una conversación,
muchas veces puede transmitir una dureza y hasta una violencia que el
emisor no ha tenido en cuenta. Con las redes sociales ocurre lo mismo:
la necesidad de expresarse les ganó por mucho a las posibilidades
tecnológicas de filtrar perfiles o incluso a la mera sensatez. Supongo
que las normas de etiqueta en estas redes emergerán luego de algunos
años de uso, tras mucha prueba y error. Mientras tanto habrá conflictos y
disgustos para algunos, aunque la mayoría parezca estar disfrutando de
este exceso de intimidad electrónica.